No ha habido lucha ni proeza sin el especial protagonismo de nuestro Partido
Hoy, cuando la Patria enfrenta nuevos retos como consecuencia de la pandemia que enluta al mundo, y que también nos afecta, además del recrudecimiento del cruel bloqueo yanqui contra Cuba, el Partido Comunista de Cuba se erige como garantía segura de la continuidad histórica de la Revolución.
El 16 y 17 de agosto de 1925 marcarían a Cuba para siempre. Un grupo de hombres valiosos fundaba el primer Partido Comunista, el eslabón indispensable entre el pensamiento patriótico del siglo XIX, en lo fundamental el de José Martí, y las ideas de emancipación social que marcaron las etapas posteriores. Sabían el valor de la continuidad.
En su fundación, mucho tuvieron que ver dos cubanos excepcionales, Carlos Baliño y Julio Antonio Mella.
El primero, integrante de una hornada de patriotas que había ido a la manigua a luchar contra el colonialismo español y amigo incondicional de José Martí, con quien había fundado el Partido Revolucionario Cubano, valioso antecesor de la nueva organización que entonces nacía; mientras el joven Mella, a sus escasos 22 años, representaba lo mejor de la generación que daría continuidad a las luchas de Céspedes, Agramonte, Gómez, Maceo y Martí.
La principal misión de aquellos hombres clarividentes al crear el Partido y afiliarlo a la Tercera Internacional, fundada por Vladimir I. Lenin en 1919, fue proponerse y desarrollar un programa de reivindicaciones para los obreros y campesinos; trabajar activamente en los sindicatos, organizar a los campesinos y luchar por los derechos de la mujer y la juventud.
Entonces corrían tiempos difíciles y los revolucionarios cubanos debían enfrentarse a diario a los desmanes del tirano Gerardo Machado. Sobre la organización recién fundada fue desatada la más cruel represión. El primer secretario general electo, José Miguel Pérez, fue expulsado del país, mientras a otros militantes, como a Mella, les atribuyeron causas judiciales por delitos que nunca cometieron.
Mas, la joven organización siguió con valentía bajo la conducción de hombres de la talla de Rubén Martínez Villena y otros líderes.
En medio de las circunstancias históricas de la lucha antifascista y la creación de los Frentes Populares y Antimperialistas, el Partido, que entonces tenía el nombre de Unión Revolucionaria Comunista y luego el de Partido Socialista Popular, defendió en el parlamento burgués los derechos del pueblo.
No menos importante fue su labor durante la etapa de lucha contra la tiranía batistiana, que obligó a sus miembros a combatir en difíciles condiciones, la mayoría de las veces desde la clandestinidad.
Tras el triunfo del Primero de Enero de 1959, bajo la conducción de Fidel y Blas Roca, se forjó el proceso de unidad del Partido con las dos organizaciones políticas que habían llevado el peso de la lucha revolucionaria contra Batista (el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario).
Fue así como en 1961 se fusionaron en las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), antecedente para constituir en 1963 el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), que a partir del 3 de octubre de 1965 adoptó el nombre de Partido Comunista de Cuba.
Desde entonces, no ha habido lucha ni proeza en que no haya tenido un especial protagonismo esa organización, como vanguardia de la sociedad cubana en los momentos más trascendentales de la nación.
Si algún mérito ha tenido el Partido en las más de nueve décadas de fundado, es el de haber mantenido la unidad de la nación, esa que nos ha permitido enfrentar persecuciones, bloqueos genocidas, guerras y amenazas de toda índole, y salir victoriosos.
Por esa y otras razones, Fidel lo calificó como el alma de la Revolución Cubana, al ser la organización que sintetiza los sueños y aspiraciones de nuestro pueblo a lo largo de más de cien años de lucha.
Hoy, cuando la Patria enfrenta nuevos retos como consecuencia de la pandemia que enluta al mundo, y que también nos afecta, además del recrudecimiento del cruel bloqueo yanqui contra Cuba, el Partido Comunista de Cuba se erige como garantía segura de la continuidad histórica de la Revolución.