A veinte años de un burdo y fracasado chantaje
Autor: René González Sehweret: Héroe de la República de Cuba. Uno de los cinco jóvenes revolucionarios que se infiltró en grupos terroristas que desde la cuna de la mafia anticubana, Miami, organizan impunes sus ataques criminales contra el territorio cubano. Fue condenado a 15 años de prisión. Su causa contó con una enorme solidaridad internacional. Regresó a Cuba en el año 2013.
El 13 de agosto de 2000 fue en domingo. Coincidencias, que sería mi cumpleaños y la última visita de Olguita a la cárcel. Aunque yo no lo sabía a ciencia cierta tenía mis razones para intuirlo. Fue por eso que le advertí.
Días atrás los fiscales habían acudido a lo que consideraban su última carta para sacarme del juicio.
En un turbio pliego para que me declarara culpable, terminaban amenazándome con deportar a mi esposa si no cooperaba y me salía del proceso. Quizá la estocada final; supondrían desde su incapacidad para entendernos. Como tantas otras veces antes o después, se quedarían con la daga enfundada ante la respuesta de cada uno de los Cinco. Como diría algún filósofo, la estocada se la metie….bueno, dejémoslo ahí.
Fui a ver a Gerardo con el pliego en la mano y le pedí que dibujara una firma por mí. Con su habilidad para la caricatura dibujó un puño con el dedo medio levantado, viril y desafiante. Devolví el pliego a mi abogado sabiendo, por supuesto, que nunca llegaría con tal firma a los fiscales. O al menos eso creo. Era sólo una manera de desahogarme, divertirme un poco y hacer una declaración de principios.
Todo eso le conté a Olguita en aquella visita del 13 de agosto del 2000. Quedamos en que se prepararía para lo peor y nos despedimos. Hablamos por teléfono el lunes 14 y el martes 15 en la mañana, como de costumbre, cuando yo la llamaba para saber si todo estaba bien luego de terminar su jornada de trabajo a las 11 de cada noche.
Hoy se cumplen 20 años de aquella llamada del 16 de agosto, que nunca fue respondida. Aún cuando tenía la sospecha de que podía suceder, cuando me enfrenté al hecho me costó trabajo asimilarlo. Pasé toda la mañana tratando de comunicarme con mi familia en la Florida sin que supieran nada de Olguita hasta que finalmente, alrededor del mediodía, mi abuela Teté me dijo que le había llamado por teléfono. La llamaba desde la cárcel para decirle que había sido detenida por inmigración y que sería sometida a un proceso de deportación. A pesar del impacto de la noticia, increíblemente saber que estaba a salvo y no había sufrido peor percance me llenó de alivio.
Poco después vinieron a buscarme al piso. Escoltado por agentes del FBI recorrí los familiares laberintos que unían al Centro Federal de Detención con el edificio donde radicaban las dependencias de la fiscalía, hasta llegar a una doble puerta que conducía a un salón. Lo que vi al abrirse la doble puerta me llenó de indignación.
A la izquierda, en las gradas donde se sienta el gran jurado para recibir testimonio, había cerca de una docena de oficiales del gobierno en las dos filas superiores. Expectantes, curiosos, atentos, …yo qué sé. En la fila inferior, sola, con un overol naranja intencionalmente desaliñado y manchado de pintura, destacaba por contraste la figura de Olguita.
“Otra estocada”, me atravesó el pensamiento como un rayo. En los breves segundos que me tomó cubrir los cerca de ocho metros que nos separaban encontré la mejor respuesta que se me ocurrió. Levantando su mano por encima de su cabeza hice a mi esposa rotar un par de veces mientras le decía con toda la alegría que fui capaz de representar:
– ¡¡Qué bien te queda el anaranjado!!Nos reímos, nos fundimos en un abrazo y nos besamos. En sólo diez minutos pudimos darnos el suficiente ánimo el uno al otro y reafirmarnos en la mutua decisión de resistir, antes de que se nos separara para no vernos más por años.
Mi abogado, Philip Horowitz, no cabía de su indignación. Al otro día fue a ver a Olguita a la cárcel junto a Julio Melo, cubano, ex policía, y ahora su investigador privado. Ambos fueron a verme luego de visitarla:
– ¡Eso no se hace! – insistía Melo- Ni en mis tiempos de policía me metía yo con la familia de un delincuente.
– Está más desafiante que tú -añadió Philip- Dice que se antes no te partiste ahora menos.
– Esa es mi mujer -le dije sonriendo, a lo que de inmediato replicó:
– ¡¡Nooo!!. ¡TÚ eres su marido!
Durante tres meses Olguita permaneció encarcelada, en condiciones aún peores que las que habíamos sufrido nosotros en el hueco. Estuvo recibiendo cartas de los Cinco hasta el último día, pero la fiscalía se aseguró de que nosotros nunca recibiéramos sus respuestas. Finalmente, fue deportada a Cuba el 22 de noviembre, a cinco días del comienzo del juicio.
El resto es historia: Años de resistencia, de lucha tenaz, del reclamo de un pueblo en busca de la justicia que se nos negó por años hasta que se obtuvo la victoria de nuestro regreso a la patria.
Pero ya desde antes, piedra a piedra, se habían puesto los cimientos de esa victoriosa batalla. Una de esas piedras fue puesta hace hoy 20 años, cuando la saña del imperialismo decidió lanzar una estocada al corazón de una cubana, y se estrelló contra la coraza de su dignidad, su honor y su patriotismo.