Soberana… ¡qué grande es mi país!
Me levanto de la silla frente a la computadora y –confieso que entre lágrimas y alegrías– vuelvo a exclamar: ¡Y qué nombre le han puesto!, en referencia a Soberana, título que identificará cada bulbo que salga cuando todas las pruebas se hayan hecho, desde el Instituto Finlay como rector del proyecto y otros centros científicos creados por Fidel, y que hace muchos años comenzaron a rendir el fruto necesario, salvador de vidas.
El 28 de julio pasado el candidato vacunal cubano fue probado por vez primera en humanos, precisamente en tres de sus investigadores, que en una evaluación inicial también presentaron una alta respuesta inmune.
¡Qué grande es Cuba!, exclamo, luego de conocer que mi país ya cuenta con un candidato vacunal para combatir la COVID-19.
Me levanto de la silla frente a la computadora y –confieso que entre lágrimas y alegrías– vuelvo a exclamar: ¡Y qué nombre le han puesto!, en referencia a Soberana, título que identificará cada bulbo que salga cuando todas las pruebas se hayan hecho, desde el Instituto Finlay como rector del proyecto y otros centros científicos creados por Fidel, y que hace muchos años comenzaron a rendir el fruto necesario, salvador de vidas.
¿Cómo es posible? puede preguntarse cualquiera, dentro o fuera de la Isla sitiada, bloqueada, agredida por un imperio poderoso que, por desgracia, a solo 90 millas no tiene capacidad de reacción para controlar la propia pandemia que allí ha dejado más de 5 500 000 contagiados y por encima de 174 000 muertos.
En la gran casa de ese vecino aferrado a asfixiarnos y someternos, hay excelentes científicos, grandes consorcios que producen medicamentos, y hay mucho dinero. Pero allí la salud también es una mercancía.
Sin embargo, falta algo que es la causa fundamental, la preocupación de su Gobierno, la ética, conducción, valoración del ser humano por encima del mercado. Falta eso que aquí nos identifica: solidaridad con nosotros mismos y con todos, en cualquier parte del mundo.
Que Cuba ya tenga su candidato de vacuna es una gran noticia para nuestro pueblo, ese que conoce muy bien que, una vez concluidos todos los procesos de evaluación imprescindibles, será inyectada a todos, no importa el color de la piel, la profesión que tengamos, el salario que devengamos, la religión que podamos practicar. Será gratis y disponible para todo el pueblo.
También conocen los cubanos –y el mundo– que Cuba sabe compartir lo que tiene y que la solidaridad es la bandera que nos identifica y define.
No pasará aquí, en la Cuba digna que resiste y vence, lo que acabo de leer en un cable de la agencia afp: una familia salvadoreña que vive en Miami Gardens, estado de la Florida, luego de contagiarse con la COVID-19, motivo por el cual falleció Germán Amaya, de 55 años, ahora se enfrenta a la falta de dinero para pagar la abultada cuenta del hospital, cuyo promedio puede ser de 73 000 dólares.
Resulta que Amaya trabajó durante los últimos 11 años en el lujoso hotel Fontainebleau, de esa ciudad, pero con la pandemia perdió su puesto de trabajo, con él, su seguro médico, y finalmente su vida, señala el despacho.
El salvadoreño dejó una familia devastada, que llora su muerte mientras se enfrenta a facturas de servicios de salud y funeral impagables.
Su esposa, Glenda, lo llevó al hospital el 15 de julio. Él no tenía ninguna condición médica previa, pero no podía respirar y no tenía seguro médico. Esa fue la última vez que Glenda vio a su marido, que estuvo 24 días ingresado, nueve de ellos en estado de coma.
La familia ahora vive en carne propia uno de los temas más polémicos en el país: la manera en que funciona la atención sanitaria.
En Estados Unidos, el servicio médico está vinculado al empleo. Es una nación rica donde quedar desempleado –algo que ha ocurrido a millones de personas durante la pandemia– significa también perder el seguro de salud, señala el citado cable de la AFP.